Existe la creencia de que el entrenamiento se almacena en algún lugar impreciso, de que el trabajo que vamos haciendo día a día se guarda en nuestro cuerpo como si de un almacén se tratara. Dónde y cuándo lo necesitemos, entraremos a buscar los kilómetros, las horas o los desniveles, que allí creemos que hemos depositado.
Lo de “esta semana he acumulado 160 kilómetros o más de 30 horas o miles de metros de desnivel” sirve para apuntarlos en la agenda, pero no se queda guardado en ningún almacén. Si fuese así, nunca pasaría que al tomar la salida de un maratón, por ejemplo, en el kilómetro 2 o 6 o 10 tengamos que abandonar porque no podemos ni con nuestra alma.
Lo que sí habremos hecho es un trabajo físico importante, que será el que nos ayude a mejorar y ponernos a punto, siempre que tengamos en cuenta otras cuestiones muy importantes en un proceso de entrenamiento, recuperación, nutrición, descanso, etc.
También nos creemos que almacenando el máximo de volumen de entrenamiento estaremos a tope y así tendremos garantías de éxito, y las garantías solo las dan los concesionarios cuando te compras un coche u otro tipo de producto.
¿Qué pasa entonces con el entrenamiento que hacemos a diario?
La estimulación que le producimos a nuestro cuerpo, a través de un esfuerzo muscular y cardiovascular concreto, es lo que provoca desarrollar más potencia, más resistencia, más fuerza, más velocidad, etc.
Dependiendo del tipo de entrenamiento que hagamos, y este es quid de la cuestión, conseguiremos unos beneficios. Este trabajo no se almacena porque, si no seguimos manteniendo o aumentando la estimulación, todo lo ganado se va perdiendo, es decir, todo el aumento físico que hayamos conseguido vuelve a su estado anterior.
Es por esto que el entrenamiento no se almacena ni se guarda, el entrenamiento es ejercitarnos de forma continuada para conservar o superar los niveles previos a un periodo de entrenamiento.
Además, y muy importante, el nivel que hayamos conseguido obtener con el entrenamiento lo tendremos que saber utilizar cuando lo necesitemos en una carrera, gestionando en todo momento el ritmo que queramos desarrollar y el sufrimiento que estemos dispuestos a soportar.
Nuestra cabeza es la encargada de saber gestionar en todo momento lo que le exijamos a nuestro cuerpo. Si no realizamos bien esta gestión, por mucho entreno que creemos que tenemos acumulado, no llegaremos ni a la vuelta de la esquina.
Por lo tanto, es muy importante que los aspectos físicos y mentales no se “peleen” entre ellos, al contrario, hemos de conseguir que tengan la mayor armonía posible; de esta forma, podremos rendir según lo que hayamos entrenado, no solo durante meses, sino lo de los últimos días.
Lo entrenado durante meses es lo que nos permitirá ir aumentando el nivel de los entrenamientos de los últimos días. Es decir, los periodos de entrenamiento tienen que estar adaptados a nuestras exigencias competitivas y son para desarrollar, no para acumular.
Lo que podemos tener claro es que, si hoy hacemos un buen entrenamiento, ajustado a nosotros, de calidad y además al acabar realizamos una buena recuperación y sobre todo conseguimos una buena asimilación, lo que conseguimos es haber desarrollado un poco más nuestro nivel físico.

Y esto es lo que nos permitirá aumentar progresivamente nuestro nivel de entrenamientos (siempre dentro de los límites de cada uno). Esto a su vez es lo que nos ayudará a que cuando tomemos la salida en alguna competición podamos mantener un ritmo más alto y más duradero, siempre que sepamos gestionarlo adecuadamente.
Por lo tanto, si no sabemos administrarlo, podemos quedarnos secos en el kilómetro uno y nos daremos cuenta de que nuestro almacén está vacío, no existe.