Ponerte otra prenda, primera adaptación
Hace unos años salió el concepto de la hipotermia ligera, aquella en la que la temperatura corporal es normal, entre 35 y 37° C (hay que tener en cuenta que en esfuerzo lo habitual es que se produzca una elevación de la temperatura), pero en la que ya tendremos sensación de frío.
Por ello, la primera respuesta que podemos identificar es el mismo hecho de ponernos otra prenda más. Es un mecanismo inconsciente de adaptación y, si nos saltamos este paso, estamos empezando a meterte en problemas. Eso sí, recordamos que si la piel está caliente, ¡no es una hipotermia!
La secreción de orina
Cuando nos sometemos al frío se produce una vasoconstricción. Se cierran “las tuberías” que mandan sangre a piernas, pies y manos, por lo que el riñón tiene más volumen de sangre para filtrar y genera más orina.
Temblores controlados
Esta contracción muscular puede subir nuestra temperatura en el mejor de los casos 0,5° C. Poco a poco se va intensificando, pero con una hipotermia leve se puede detener voluntariamente.
De hecho, el verdadero peligro empieza cuando ya no somos capaces de temblar. Es entonces cuando empiezan con las alternaciones en el nivel de conciencia, la confusión y la descoordinación.
Reducción de la coordinación fina
Si en montaña se dice que empiezas a sufrir hipotermia cuando no eres capaz de hacer un nudo con los guantes puestos, para los corredores de montaña el ejemplo sería tener dificultades para abrir un gel o desabrocharse una cremallera, tropezarse más de la cuenta y perder soltura en los descensos. Es decir, aunque se puede hablar, caminar o correr, vamos más torpes, las piedras y los árboles se interponen en nuestro camino.
Perdida de interés, actitud negativa, signos de derrota
La reducción de la agilidad suele venir acompañada de la pérdida del interés. Moverse cuesta más y es habitual entrar en una actitud pesimista de pesadez y de dejarse llevar por el cansancio.
Entrando en hipotermia grave
Si hemos obviado los signos anteriores o nuestro cuerpo no reacciona ante las adaptaciones, estaremos pasando al grado I de hipotermia. En este caso, el temblor ya más violento no se puede detener voluntariamente, hay confusión y alteraciones leves del nivel de consciencia sobre todo en el habla, el pulso se ralentiza y continua el empeoramiento de coordinación motora (nos volvemos muy lentos). La conducta irracional puede llevar al hipotérmico incluso a quitarse la ropa.
El verdadero peligro empieza cuando el individuo ya no es capaz de temblar. Es la entrada en la hipotermia grado II y sucesivos, que viene acompañada de una conducta más irracional e incoherente, aunque a veces “se mantenga el tipo”, la piel azulada, la imposibilidad de palpar el pulso radial (en la muñeca) pero sí el carotideo (cuello). A partir de ahí los riesgos vitales son inminentes y nos encontraremos con rigidez muscular, estupor, bradicardia (por debajo de 60 pulsaciones por minuto), bradipnea (reducción de la frecuencia respiratoria) o aparición de arritmias ventriculares malignas.