El éxito en el deporte de competición depende, principalmente, de la dotación genética y del entrenamiento adecuado, pero la nutrición puede ser también un factor importante. Así, una alimentación correcta debe considerarse como un componente más de la preparación global del deportista.
Vaya por delante que hablaré sobre nutrición como gran apasionada del tema y devoradora sistemática de casi cualquier tipo de información que la concierne. Sólo con ese ánimo, junto a mi relativa experiencia como atleta y corredora de montaña, suscribo este artículo, sin pretender entrometerme en la admirable labor que realizan muchos de los nutricionistas y especialistas deportivos. De hecho, si tienes como objetivo sacarle el máximo rendimiento a tu entrenamiento, humildemente te aconsejo, si no lo has hecho ya, que te pongas en manos de uno de estos grandes y titulados profesionales.
Hay mucha literatura, en ocasiones contradictoria, sobre nutrición deportiva. Ciertos investigadores comentan que los requerimientos alimentarios diarios de los deportistas son bastante parecidos a los de una dieta nutricionalmente equilibrada para todas las personas; otros afirman que es casi imposible obtener todos los nutrientes que necesita el deportista a partir de una ingesta diaria normal de comida y, por esa razón, la suplementación nutricional es necesaria. La mayoría de bibliografía que he consultado, y que se ha ganado a mi sentido común, es una solución de compromiso: una dieta nutricionalmente equilibrada con mayor consumo de nutrientes específicos, o suplementos dietéticos, en determinadas situaciones.
Ahora bien, ¿qué es una dieta nutricionalmente equilibrada?
Seguramente la mayoría de nosotros responderíamos, ávidos de adjudicarnos el punto, con una de esas frases hechas que se convierten en verdad universal por el simple mecanismo de la repetición: «aquella en que se come de todo un poco». Nada más lejos de la realidad, y lamento decirte que pierdes la bola de break: hay alimentos que perjudican la salud y el rendimiento deportivo. Hablo del azúcar (independientemente de su color y denominación de origen); de los cereales y granos refinados; de refrescos azucarados, algunas bebidas “deportivas” y zumos (aunque sean naturales); de bollería industrial y dulces de cualquier tipo; de alcohol (lo siento, pero la cerveza y el vino están incluidos), de comida preparada e hiperprocesada… todos ellos suponen ingestas altamente palatables, de estudiada e intencionada influencia en nuestras hormonas y que, además, aportan muchas calorías vacías, es decir, casi ningún nutriente de interés. Por este motivo son alimentos poco saciantes, que falsean nuestra sensación de hambre y que, en consecuencia, provocan que comamos por encima de nuestras necesidades. Pero aún hay más: si tenemos en cuenta que su ingesta genera picos de glucosa elevados en sangre que la insulina se encarga de contrarrestar, almacenándolos en forma de grasa en nuestro organismo, el efecto negativo sobre la composición corporal está garantizado. Y esto es algo que no sólo debería preocupar al corredor de élite, puesto que un exceso de grasa corporal se traduce en una menor eficiencia biomecánica, sino también a cualquier persona con una mínima inquietud por su salud, ya que uno de los factores clave para la prevención de enfermedades crónicas, además de la actividad física, es el mantenimiento de un peso corporal saludable.
A modo de conclusión señalar que la base de la dieta del deportista, y también del sedentario, deben ser las frutas, verduras y hortalizas. Sin embargo, el mayor desgaste físico del corredor llevará asociada una mayor ingesta de alimentos que dé respuesta a demandas de energía y nutrientes más elevadas. En este sentido el atleta debe asegurarse un aporte suficiente de hidratos de carbono, fuente de energía principal para el cuerpo, priorizando para ello el consumo de legumbres y cereales integrales, de menor índice glucémico (absorción más lenta) y mucho más interesantes desde el punto de vista nutricional.
Todos estos pequeños cambios, convertidos en hábito, pueden marcar la diferencia: mejorarán tu rendimiento en entrenamientos y competición; optimizarán tu recuperación tras el ejercicio físico; te ayudarán en la prevención y tratamiento de lesiones debido al mayor crecimiento y menor daño de tejidos musculares. Al fin y al cabo, ganarás más años de vida y de mejor calidad. ¡Tú eliges!
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