EN PRIMERA PERSONA

Transpyrenea: de una carrera masacrante a un viaje personal, por Pablo Criado

Tras la cancelación de Transpyrenea, el cántabro recorrió 884 km y 52350 m de ascenso para unir el Mediterráneo y el Cantábrico por el GR10 francés.

Pablo Criado en su travesía non-stop de los Pirineos por el GR10 francés en agosto de 2018
Pablo Criado en su travesía non-stop de los Pirineos por el GR10 francés en agosto de 2018
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Mi historia con la Transpyrenea podría calificarse como una historia de amor no correspondido. Soy un apasionado de las carreras largas, o más bien muy largas, y enterarme en 2016 del nacimiento de esta prueba que atravesaba la cordillera de los Pirineos fue como para un niño encontrarse un caramelo al salir del colegio.

Todo eran ilusiones, dudas, ganas de probar este nuevo desafío, pero la fortuna -o la desgracia-quiso que algunos problemas personales frustraran aquellas imperiosas ganas a poco más de un mes de comenzar. Enamorado, mi interés por este reto mayúsculo no menguó con el tiempo. En esos meses me dejé embriagar por sus luces y también conocí sus sombras, aquellos problemas que tendría que solventar para su siguiente edición ya en 2018 pues es bienal.

“A falta de un mes para el inicio de la carrera, nos comunicaron que se cancelaba esta segunda edición”

Llegó el momento y centré todos mis esfuerzos en ella: la estudié con mimo, adapté el cuerpo a los ritmos lentos, al peso de la mochila, a la cantidad de días ininterrumpidos que estaría corriendo por el monte y me preparé una falta de sueño que se preveía enorme. Pero la mala suerte se quiso presentar de nuevo y, a falta de un mes para el inicio de la carrera, nos comunicaron que se cancelaba esta segunda edición. Un mazazo en seco. Había invertido mucho tiempo y esfuerzo en este proyecto así que decidí continuar adelante con el apoyo de una autocaravana familiar.

Dicho y hecho. El 31 de julio comencé a corretear en Banyuls desde la oficina de turismo, dónde un cartel desaconsejaba las rutas de montaña por la “canícula”, algo así como una fuerte ola de calor de más de 40° C prevista durante para los siguientes días. No se equivocaba, me esperaba ya en el primer collado. A pesar de ello, el primer día pude completar una larga jornada de 72 km, que al día siguiente se cobraría su factura. Al cabo de unos 8 km, mi cuerpo empieza a flaquear de forma inesperada. Me sentía débil e hice varios intentos de seguir hasta que comprobé, al parar a echar un pis, que este era de un color amarronado, parecido al chocolate. La cabeza me empezó a doler y comprendí rápidamente que me está dando un golpe de calor y una fuerte deshidratación.

“Madrugar y correr hasta los calores del mediodía, parar a comer y dar un segundo empujón con las últimas horas de luz”

Tenía que llegar a la siguiente gite d’etape, en la que me estaban esperando mis padres, y así lo hice. Paré en el bar, bebí limonadas frías, me puse a la sombra y me dormí un rato. El remedió había funcionado y con la bajada del sol salí a recuperar los kilómetros perdidos. Fue la única vez en la que correría por la noche, durante 4 horas hasta llegar al refugio que hay al pie del Canigó. Con 1h30’ de sueño, arranqué con las primeras luces. Todo volvía a funcionar y por la noche ya estaba en el km 130 del reto. A partir de ahí, la tónica fue sencilla: madrugar y correr hasta los calores del mediodía, parar a comer (en refugios o puntos donde me asistía la familia) y dar un segundo empujón con las últimas horas de luz.

La cosa se empezaba a complicar a nivel terreno, cada vez se iba empinando más el GR10 y escaseaban los tramos de “correr”. Tras una sucesión de bosques para arriba y para abajo, me encontré en la región de Ariege, despidiéndome de un horizonte oculto tras la densidad del arbolado. También se ocultaba por tramos el sendero, poco marcado, e incluso los tracks resultaban poco fiables, por lo que me perdí en varias ocasiones.

Los días iban pasando, y también los kilómetros a una media de 60 diarios, hasta que me sorprende mi amigo Nahuel Passerat con un poquito de queso de su tierra. El GR10 pasaba al lado de su casa y él se dejó caer a saludarme en mi quinto día de travesía. Dos días más tarde es otro amigo, Rodrigo, el que me acompaña en la zona de Aunac.

“La alta montaña me recibió como es, imprevisible, con una gran tormenta cuyos rayos caían demasiado cerca”

Nos vamos acercando al macizo del Neouville y empiezan a aparecer los paisajes más alpinos, los lagos y las montañas cada vez cogen más envergadura. Paso hacia los Pirineos Centrales y subo pegadito al col del Portet, ese nuevo puerto del Tour que yo conocía por mi participación en el Grand Raid des Pyrenees. La alta montaña me recibió como es, imprevisible, con una gran tormenta cuyos rayos caían demasiado cerca.  Más puertos míticos, como el Tourmalet o Luz Ardiden, se cruzaban con el GR10 y yo, como gran apasionado al ciclismo, no dejaba de emocionarme al cruzar esas carreteras que tantas gestas deportivas han escrito.

A partir de aquí empecé a sentir que llegaría a Hendaya pero, como en las mejore películas, las cosas se empezaron a torcer. Algunos dolores en mi cuadril se convierten en un suplicio en las bajadas a Cauterets y llamé a un amigo fisioterapeuta en busca de consejo. Funcionó, aunque el cambio en la pisada hizo que entonces fuera mi gemelo izquierdo el que se resintiera. ¡No estamos bien diseñados!

Paso zonas muy bonitas como Estaing, Gourette o el Midi D´Ossau, y empiezo a animarme. Estoy cerca de casa y del final, son muchas veces las que he venido por aquí a hacer montaña. Y aparece mi amigo Iñaki para terminar de alegrarme el día compartiendo el tramo de Etsaut a Lamiere St Martin. Nos despedimos y continúo sólo otra vez por el terreno fronterizo con Navarra, ya el Pirineo vuelve a tornarse más cómodo, más redondeado y menos alto, las praderas se van sucediendo y permiten correr un poco más. St Jean Pied de Port, Baigorri, calor y tormentas, y la aparición del bueno de Charly, un amigo francés, que el penúltimo día aparece y me anima de tal forma que haré 84 km.

“Y ahora, como casi siempre pasa, estoy sentado escribiendo con la nostalgia de estar corriendo libre por esos montes que han sido mi casa durante 14 días”

El cuento se acaba y ya sólo queda llegar a Hendaya. Con pena me levanto un poco más tarde que de costumbre, sólo son 64 km y poco desnivel. Salimos poco a poco y el día se cruza, comienza a llover, “el bonito clima vasco”. Así pasa el último día y a las siete de la tarde ya Hendaya está al alcance de la mano. Con el buen amigo ‘Burus’ hacemos los últimos 5 km. Llegada, alegría, unas cañas y a meter los pies en mi querido Cantábrico, eso sí con la camiseta del reto solidario ‘Kms x brazadas’, del que he ido haciendo campaña.

Y ahora, como casi siempre pasa, estoy sentado escribiendo con la nostalgia de estar corriendo libre por esos montes que han sido mi casa durante 14 días, que me han permitido ver unos paisajes estupendos y unos amaneceres y puestas de sol, que tardarán mucho en olvidarse.


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