Cruzar los Pirineos a pie era un viejo sueño. Un sueño que permaneció acumulando polvo desde mucho antes de que la presente explosión de las carreras de montaña tuviese lugar. Un sueño que Imanol Aleson y yo compartíamos. La situación de excepción creada por la alerta sanitaria nos había hecho renunciar a nuestros compromisos deportivos, pero se abría la puerta a centrarse en retos personales, aventuras que hacía tiempo teníamos en mente. Era el momento que estábamos esperando.
No nos costó mucho ponernos de acuerdo, ni en las fechas, ni en un plan básico de ataque y distribución de etapas. Imanol, además, había colaborado previamente con una asociación sin ánimo de lucro llamada Marea Urdina (Marea azul en euskara) y pensó que esta aventura sería una buena plataforma para darles visibilidad. Marea Urdina trabaja duro para dar visibilidad y fomentar la inclusión social, a todos los niveles, de personas, especialmente niños, afectadas por diversas condiciones como el autismo o el síndrome de Down. Así que se decidió que cada etapa, de las 12 que pensábamos emplear para recorrer la senda pirenaica, estaría dedicada a una enfermedad, o diversidad funcional, diferente. En total sumarían unos 815 km y 40.000 m de ascenso total. Sin asistencia externa y portando nosotros todo el material necesario, aunque apoyándonos en los diversos refugios y establecimientos en ruta para pernoctar.
Las etapas serían las siguientes:
- Cap de Creus – La Vajol. 77k y 2500+. Discapacidad auditiva.
- La Vajol – Molló. 75k y 3500+. Paralisis cerebral.
- Molló – Puigcerdá. 77k y 3900+. Artritis juvenil de origen desconocido.
- Puigcerdá – Arinsal. 65k y 4300+. Síndrome de Duchenne.
- Arinsal – Estaon. 54k y 3400+. Autismo.
- Estaon – Refugio Restanca. 49k y 3500+. Paralisis braquial obstétrica.
- Restanca – Estós. 50k y 2800+. Síndrome de Goldenhar.
- Estós – Góriz. 62k y 3700+. Síndrome de Down.
- Góriz – Sallent de Gállego. 70k y 2800+. Síndrome de Pierre Robin.
- Sallent de Gállego – Isaba. 72k y 3000+. Síndrome de Charcot Marie Tooth.
- Isaba – Burguete. 59k y 2500+. Síndrome de Angelman.
- Burguete – Bera de Bidasoa. 69k y 2600+. Enfermedad de los huesos de cristal.
- Bera – Cabo Higuer. 33k y 1000+. Etapa para compartir con amigos y familia y dedicada a todas las diversidades funcionales restantes.
La travesía dio comienzo a las 7.30 de la mañana en el Cap de Creus, tomando simbólicamente un poco de agua del Mediterráneo que llevaríamos hasta el Cantábrico. Los tres primeros días tuvieron un tono parecido, y al tormento de la adaptación al peso y el esfuerzo continuo en unas etapas muy largas, hubo que sumar un calor y humedad espantosos que nos bañó en litros de sudor. El paisaje mediterráneo del Macizo de La Albera, salpicado de alcornocales, da paso en Albanyà (segunda etapa) al quebrado paisaje de la Alta Garrotxa: uno de los enclaves más desconocidos y sobresalientes de todo el Pirineo, cuyo corazón habría que buscar en el maravilloso rincón de Sant Aniol y la airosa cima de Bassegoda. Este día pretendíamos llegar hasta Setcases, pero ya a la altura del bellísimo pueblo de Beget nos dimos cuenta de que no iba a ser posible. Tuvimos que buscarnos la vida en Molló: a esas horas un desierto humano y comercial, ya muy cerrada la noche.
Esa decisión endureció mucho la etapa siguiente, a la que hubo que sumar los 15 kilómetros que nos dejamos el día anterior. Setcases nos abre la puerta del Ripollès y entramos por primera vez en la alta montaña catalana, superando los 2.800 m cerca del col de Noucreus antes de descender al santuario de Núria, acompañados hoy por Unai Dorronsoro y Jose Samaniego. Gracias a ellos, el descenso a Planoles y el ascenso a la Creu de Meians se hacen menos tediosos. Allí disfrutamos de un mágico atardecer en el que ya pudimos leer que la meteo estaba cambiando rápidamente. Se acababa el buen tiempo. El descenso a Puigcerdá: largo, muy largo.
Aquella noche fue un infierno para mí. Encendido por la fiebre, la pasé entera vomitando hasta caer rendido. Una gastroenteritis. Por la mañana no me encontraba mucho mejor y tuve que tomar la difícil decisión de quedarme y que Imanol siguiese sólo. Pensaba que todo había acabado ahí, pero reuní las fuerzas suficientes para irme en transporte público hasta Arinsal y allí esperar a Imanol. Para Imanol fue una etapa muy dura: mucho desnivel y una meteo infernal. Nos reunimos de nuevo en Arinsal, al tiempo que recibíamos la visita excepcional de nuestro amigo y compañero de otras batallas Nahuel Passerat. Y es que en Andorra siempre nos han sucedido cosas maravillosas.
Así que, cargado de optimismo cené lo que buenamente puede y me prometí salir al día siguiente estuviese como estuviese. Pero salir de Andorra no iba a ser fácil. Teníamos que cruzar la portilla de Baiau y el tiempo era espantoso. Lluvia sin parar y, arriba, un viento que nos hacía perder el equilibrio. Ni siquiera paramos en el refugio de Baiau y tratamos de llegar lo antes posible a la pista de la Vall Ferrera. Fue pisar la pista y dejar de llover. Y por Areu ya despejaba y pudimos disfrutar de las vistas el resto de la jornada hasta Estaon, admirando lo más salvaje del Alt Pirineu y disfrutando de la acogida que nos brindaron los miembros de Marea Urdina al final de la etapa.
Desde Estaon a Isaba se suceden las cinco etapas del sector más duro del Pirineo: poco a poco se suceden el Parque Nacional de Aigües Tortes, Parque Natural de Posets Maladeta, la grandiosidad de Ordesa y Monte Perdido, el nudo pétreo del Valle de Tena y los Valles Occidentales. Etapas durísimas, de gran desnivel, en las que la lluvia nos acompañará todos los días y en las que nuestros pies se irán descomponiendo poco a poco. Los míos, plagados de ampollas; y una tendinitis, que devino en periostitis, en el caso de Imanol. Se suceden las curas a base de navaja, gel hidroalcohólico y compeed, y las ensaladas de ibuprofeno y paracetamol, sobre la base de una dieta fundamentada en frutos secos, latas de sardinas, paté de atún y jamón. Aquí no valen los geles energéticos. Un ritual prolongado durante cinco duros días: correr, cenar, curar, dormir.
Pero es a partir de Isaba, recién estrenadas las etapas navarras, cuando la cosa se puso fea de verdad. De Isaba a Burguete, once horas de lluvia ininterrumpida que en las cotas altas se tornó en nieve. Hasta Otxagabia contamos con la grata compañía de Iñigo Albixu, y desde allí sólo la de la lluvia, y en Abodi además, un viento atroz que a punto estuvo de acabar con nuestra aventura y que a Imanol le costó perder la sensibilidad de las yemas de los dedos. Llegamos a Burguete, cerca de Roncesvalles cansados y calados hasta los huesos. La etapa siguiente, hasta Bera, con la compañía de nuestro amigo Ernesto y luego también con Miguel Arburua, fue más de lo mismo: una lluvia de intensidad bíblica que convirtió el monte en un lodazal y a nosotros en unos muñecos tambaleantes. Suerte que atravesábamos algunos de los lugares de mayor calidad paisajística de toda Europa: los extensos praderíos y hayedos de Sorogain y las faldas de Adi, el valle de Baztán y Elizondo… La lluvia se apiadó de nosotros llegando a Bera; dando gracias porque si este temporal se hubiese presentado un par de días antes la nieve nos hubiera mandado directamente a casa.
Y llegó el gran día. El domingo 27 de septiembre salíamos a un día esplendoroso para recorrer los últimos 33 kilómetros de nuestra travesía, acompañados de amigos y de Goretti, compañera de vida de Imanol. Un paseo triunfal (si no hubiese sido por el espantoso dolor de pies) que nos llevó a atravesar Irún y Hondarribia. En su puerto, vertimos el agua que habíamos traído desde el Cap de Creus y, finalmente, hollamos la explanada del faro de Higuer. Familia. Amigos. Lágrimas… y la emotiva recepción que nos brindó la Marea Urdina, marea de la que ahora nosotros mismos formamos parte. Nunca olvidaremos ese momento. Porque nunca se olvida ese momento en el que te das cuenta que has cumplido un viejo sueño.
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