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RETOS PERSONALES

Los 3 colosos del Pirineo, por Julián Morcillo

El toledano enlazó el Monte Perdido, el Posets y el Aneto, las tres montañas más altas de la cordillera pirenaica, para cumplir un viejo sueño de 102 km y 7.200 m de desnivel positivo.

Julián Morcillo en la cima del Aneto en su enlace de los 3 grandes del Pirineo en agosto de 2018
Julián Morcillo en la cima del Aneto en su enlace de los 3 grandes del Pirineo en agosto de 2018
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Monte Perdido (3.355 m). Posets o Punta Llardana (3.375 m). Aneto (3.404 m). Estas son las tres montañas más altas de los Pirineos. Colectivamente, había subido a sus cimas unas quince veces; y cada vez que bajaba de alguna de ellas se iba afianzando en mi cabeza la idea de encadenarlas. Una idea que no era ni nueva ni original.

Ya en 2001 Gaizka Itza y Asier Irazabal lograban unirlas en menos de 24 horas. El año pasado el mismo Itza junto a Borja Ortiz repetía la hazaña en invierno y con esquís en 41 horas. Otro vasco, un extraterrestre de nombre Iker Karrera, empleaba 17 horas en ese mismo trayecto durante el verano de 2011. La cosa estaba clara: no es una actividad muy repetida y está reservada a gente curtida, que se mueve rápido en el monte y que no le importe sufrir. Un poco, al menos. ¿Sería yo capaz de hacerlo también? A diferencia de los anteriores, iba a ir sólo y sin ayuda; salvo aquella prestada por los refugios que encontrara. Además iba a invertir el recorrido y subir primero al Perdido como pequeño homenaje personal al centenario de la declaración del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Una decisión que, por romántica, ya veremos, sería del todo inadecuada.

«Hace un día esplendoroso y me lo tomo sin prisas, charlando con amigos y montañeros que ya están de vuelta»

El domingo 26 de agosto subía de madrugada al refugio de Góriz. La idea era pasar allí el día descansando y disfrutando de la vida de refugio, y salir por la tarde. Pasadas las 17 horas me ponía en marcha. 1.200 metros de desnivel separan este refugio también llamado Delgado Úbeda de la cima del Monte Perdido. La buena traza y la falta de nieve hacen que la progresión sea sencilla y rápida hasta la cima. Hace un día esplendoroso y me lo tomo sin prisas, charlando con amigos y montañeros que ya están de vuelta. La bajada hasta el Lago Helado es una delicia deslizando por la piedra suelta de la Escupidera. Gran contraste con lo que aguarda al cruzar el Cuello del Cilindro y verte inmerso en el salvajismo geológico de la cara norte del Perdido. El glaciar, el gres de Marboré limado por los hielos, las grandes gradas que destrepar… y la vista inolvidable del Perdido y su glaciar desde el Balcón de Pineta. Casi da pena, ya atardeciendo, lanzarse al largo descenso hacia el valle de Pineta, más de 1.000 metros más abajo. Ya es de noche cuando llegó al refugio de Pineta. Mala suerte: cocina cerrada. Una cocacola, cargar agua y a pasar la noche corriendo.

Los 12 kilómetros que me separan de Bielsa los hago por la carretera. Sin linterna gracias a la luna llena. Una luna que parece un sol y que me alegra una bajada que de otra manera habría sido difícil de asimilar. Me tomo un café en Bielsa y en breve estoy otra vez en la carretera camino de Parzán. Los 21 kilómetros que me quedan hasta el Refugio de Biadós son de un aburrimiento mortal: larga pista, pero con fuerte desnivel, hasta el Collado de Urdizeto y largo descenso después. Son las 4 de la mañana cuando llego a las bordas de Biadós. Refugio cerrado. Otra vez. Con las tripas protestando y tiritando de frío, arranco hacia el Posets. A la luz de la luna su silueta es aterradora. Su cima está a tan sólo 6 kilómetros… pero casi 1.700 metros más arriba. La subida es tremenda y además tengo que emplearme a fondo con la orientación en los tramos boscosas iniciales. Se ve que ya casi nadie sube por aquí.

«La falta de alimento sólido hace mella y sufro para llegar a la cresta. Una cresta fácil pero delicada»

Es un lujo ver amanecer en sus laderas. Las primeras luces sobre el Bachimala y el Culfreda… y sobre el Perdido, allá lejos. Me quedo con la boca abierta viendo los colores, los arabescos y pliegues que se descuelgan de la cima y de la del vecino Espadas. Pero la falta de alimento sólido hace mella y sufro para llegar a la cresta. Una cresta fácil pero delicada que te deja en la cumbre dejando atrás todo el remolino de aristas que se anudan en la cima de este monstruo pirenaico. Y si la subida por Biadós es dura y expuesta al final, más lo es la bajada hacia Estós. Todos los itinerarios posibles de bajada implican un riesgo importante. Finalmente elijo bajar por la Espalda de Posets con su expuesto descenso por la Brecha de La Paúl. El resto es fácil hasta el Refugio de Estós. Aquí también se nota el abandono montañero de las trazas. Todo el mundo prefiere la comodidad del acceso por Eriste y Ángel Orus. Más fácil, pero carente del atractivo de las otras rutas. Ya en Estós, por fin, puedo comer algo sólido mientras charlo con Marcos, el guarda.

Por delante tenemos otros 20 kilómetros de enlace hasta la base del Aneto, bajando primero al valle de Benasque para luego remontar por Vallibierna hasta el puente de Coronas. El sueño y el tremendo calor me dejan fuera de combate y me cuesta mucho llegar hasta Coronas, a ratos durmiéndome, casi, de pie. A las 4 de la tarde inicio la subida al Aneto.

«Comparto mi anónimo éxito con un grupo de montañeros y, a cambio, recibo una manzana. Ese fue el premio. Me supo a gloria. Estoy feliz»

La ruta, muy trillada, se sube bien incluso en los tramos de canchal. Subo rápido pero cuando ya estoy bajo la Brecha de Coronas, con su fácil trepada, estoy otra vez medio muerto. Y llega la diversión. Calzarse los crampones y remontar las rampas finales del glaciar. Arriba espera el Paso de Mahoma y la cima, por fin, que comparto con tres personas que van a vivaquear allí. Son las 19.30 horas. Respiro. Ya casi está. Pero queda la infernal bajada a la Renclusa. Primero atravesando el glaciar donde mis crampones ligeros cumplen a la perfección. Y luego el caos de bloques, con alguna caída sin importancia. Desde el Portillón superior me giro una última vez para ver dorarse el cielo sobre el Pico de Enmedio antes del descenso final hacia la Renclusa. Siempre caótico, siempre insufrible, si no es con nieve. Es de noche cuando llego al refugio, maldiciendo la bajada y esta montaña. Pero me dura poco. Estoy muerto de hambre y no me entra ni una barrita más. Comparto mi anónimo éxito con un grupo de montañeros y, a cambio, recibo una manzana. Ese fue el premio. Me supo a gloria. Estoy feliz.

Aún me quedaba bajar a Benasque, la traca final, pero eso es otra historia que nada importa aquí. Lo importante es que acababa de cumplir un viejo sueño. 102 km y 7.200 metros de ascenso en puro terreno de alta montaña; y que salvo el cansancio y alguna matadura leve me encontraba bien. No creo que lo vuelva a hacer jamás… pero si alguna vez vuelvo será en el sentido contrario, el oficial. Empezar por el Perdido supone encontrarse todo lo malo bajando… lección aprendida. Que otro la aproveche. Yo ya he tenido bastante.


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