Ha pasado ya casi una semana desde que Oriol Antolí Sarrau ganase la Monarch Way, pero su cuerpo todavía le recuerda la intensidad de lo vivido. La fiebre nocturna, algunas molestias musculares y articulares, y unas cuantas ampollas en los pies son las heridas de guerra de una gesta impresionante que tenía la superación personal como objetivo: la Monarch Way y sus 990 kilómetros.
“Lo mejor de estas carreras es que nadie sale a ganar. Sabes que si apretas demasiado, te quedarás por el camino porque además de la gran distancia, las condiciones de un terreno tan húmedo lo ponen todo muy complicado. Por ejemplo, en los adelantamientos compartes un rato con los otros corredores, hablas, te animas y luego cada uno sigue su camino”.
«Durante la carrera ya había llorado muchas veces imaginándome la llegada, así que cuando llegó el momento ya no tenía ganas»
Y el camino del catalán, tras 12 días, 10 horas y 32 minutos, acabó convirtiéndolo en el primer corredor en completar este trazado del sur de Inglaterra por el que, en 1651, tuvo que escapar el rey Carlos II tras ser derrotado en la batalla de Worcester. Era la tercera edición de una carrera en la que participaron 11 corredores y en la que por primera vez cuatro llegaron a la meta.
“Durante la carrera ya había llorado muchas veces imaginándome la llegada, así que cuando llegó el momento ya no tenía ganas. Fue una emoción más feliz. Creo que la clave de esta victoria estuvo en la gestión del sueño. Yo hice caso a lo que me pedía el cuerpo y dormí algunas horas más que mis compañeros, unas 4 diarias. Creo que eso a lo largo de tantos días les pasó factura y acabaron petando. Por otro lado, lo más duro fue la soledad, me pegué una semana sin ver a nadie al margen de los avituallamientos. Pasaba por los pueblos de noche y, en caso de cruzarte con alguien, tampoco sabía quién eras ni qué hacías allí”.
Como os podéis imaginar, no era la primera carrera de superlarga distancia en la que este ingeniero informático se metía. Tras estrenarse en los ultras hace casi 10 años, terminando desde la antigua Cavalls del Vent -cuyo recorrido ha completado en 18 ocasiones- al UTMB, ya en 2012 se quiso dar el salto al Tor des Géants. Cuatro años después repetiría en los 330 km de la prueba alpina y unos meses después se fijó en otro reto todavía mayor: los 555 km de la desconocida WiBoLT en Alemania. “Siempre he sido un corredor del montón y los tiempos de corte de esa carrera me daban mucho miedo, así que me puse a entrenar más en serio”.
«Cuando llevas cientos de kilómetros entras en un estado de conciencia alterado y tienes sensaciones muy difíciles de explicar»
Lo hizo sin entrenador, guiado por los libros de Octavio Pérez y Bryon Powell, y los resultados no tardaron en llegar. Ganó la ultra germana y apenas 10 semanas más tarde se quedó a las puertas del podio de la todavía más larga Goldsteig, de 661 km. El corredor de Terrassa (Barcelona) había encontrado lo que llevaba años buscando.
“Estas carreras son para mi una meditación. Cuando llevas cientos de kilómetros entras en un estado de conciencia alterado y tienes sensaciones muy difíciles de explicar. Conectas con recuerdos muy lejanos de cuando era niño o de familiares que fallecieron hace años”.
Tras esta experiencia, el teléfono de Oriol Antolí no ha dejado de sonar. Varios medios de comunicación, sobre todo el Cataluña, se han hecho eco de su historia, algo que espera le ayude a diseñar nuevas aventuras. “Aunque no conozco ninguna más larga, tengo una lista extensa de pruebas a las que quiero ir. Están lejos y las inscripciones son muy caras, así que tengo que buscar quien me ayude. De momento, ya estoy colaborando con algunas marcas de material y mi empresa, HP, también me echa una mano con las instalaciones”.