Pocos habréis oído el nombre del Joaquín Candel. No está patrocinado, ni es de esos que frecuentan los podios. Más bien, como él mismo dice, “a mi hay que buscarme desde el final de la clasificación”. Es alicantino, residente en Las Vegas (Nevada, EE.UU.) desde hace 25 años, es sin embargo uno de los corredores de ultradistancia españoles que mejor se adapta a las carreras más duras del planeta.
Segundo español que termina la Yukon Arctic Ultra
Lo demostró a principios de este año en la Yukon Arctic Ultra, “la carrera en la que puedes morir”, donde fue el único español que alcanzó la meta en su mayor distancia, nada menos que 700 km. Solo Joel Jaile lo había conseguido con anterioridad. Acabó en la sexta posición, aunque su único objetivo era llegar a la meta en las mejores condiciones posibles. “Solo tuve una pequeña cojera debido a un problema con los clavos de la zapatilla, que acabó haciéndome una ampolla”, señala el corredor de 49 años.
La nimiedad de sus problemas contrasta con los que sufrieron otros muchos corredores que, bajo la intempestiva climatología del Ártico, con temperaturas de hasta -40° C en los primeros días de competición, se retiraron en masa. Solo terminaron 12 de los 40 que tomaron la salida. “Llevaba una máscara para no respirar el aire tan frío, el problema venía cuando me la quitaba para comer o beber, porque se congelaba y me la tenía que poner otra vez”.
No era la primera que Candel visitaba Yukon. Ya lo hizo en 2016, cuando terminó la modalidad de 482 km (300 millas), aquel año también la más larga. “Aquella edición fue una rabieta. Mi intención era ir a Alaska para correr las 350 millas de Iditarod, pero la dirección me dijo que no tenía la experiencia suficiente y me bajaron a la de 130. Así que me apunté a la YAU, que se celebra en la misma latitud, para demostrar de lo que era capaz”, recuerda. “Todas las ediciones son diferentes –continúa-. Hace 3 años hizo mucho menos frío y la nieve estaba blanda, era como arrastrar el trineo por un patatal. Avanzar era realmente penoso.” Un año después hizo la 6633 Arctic Ultra, de 560 km.
Motivación en El Valle de la Muerte
Hasta hace unos años, Candel no era demasiado deportista. De joven había jugado a fútbol con sus amigos, pero poco a poco el sedentarismo fue ganando espacio en su vida. Hace 12 años decidió ponerle cerco. Unos amigos del trabajo le animaron a preparar su primer medio maratón y el objetivo le motivó. Pronto llegó su primer maratón y también su segundo, aunque esta vez no se quedó tan satisfecho. “Me di cuenta que a no me ilusionaba el hecho de bajar mi tiempo, que lo que quería era simplemente terminar las carreras, así que empecé a buscar objetivos mayores”. Triatlón, medio Ironman, Ironman… Su objetivo nunca fue la velocidad sino luchar porque no hubieran apagado las luces de la meta antes de que llegara él.
Y así, buscando mayores retos, llegó a los ultras y descubrió el Parque Nacional del Valle de la Muerte, “el amor de mi vida”. Conseguir una plaza en el ultramaratón Badwater 135, en uno de los lugares más calurosos del planeta -y a pocas horas de su casa- fue su obsesión. “Allí tienes que ir con invitación y para conseguirla tienes que impresionar a su director con un buen currículum. Así que mientras entrenaba, iba buscando carreras que pudieran impactarle y así llegué a algunas duras pruebas de invierno”.
En ellas tenía más tiempo para cumplir con su objetivo de llegar a la meta, algo que le venía bien pero también tenía que controlar otros factores que se le escapaban. “Yo, que soy de un lugar cálido como la playa de San Juan, en Alicante, me vi de repente tirando de un trineo de 30 kg y aprendiendo a gestionar mi propia supervivencia. En un principio me pareció un sin sentido, pero me acabó enganchando. Al año siguiente corrí la Badwater, pero ya había salido algo nuevo que me interesaba más”.
La seguridad por encima de todo
Yukon Arctic Ultra, Iditarod o 6633 Arctic Ultra son nombres que intimidan a cualquier corredor. Carreras que por sus extremas condiciones obligan a conocer bien los límites personales y a ser precavido. “Si no llevas cuidado, puedes poner en peligro tu vida. Lo hemos visto en varias ocasiones. Aquí eres tu propio médico, cocinero, fisioterapeuta… por eso cuando no estás lúcido tienes que parar.
Creo que el riesgo depende de cómo planifiques la carrera. A mí no me verás en los podios, de hecho, a veces soy el último en terminarla. A los que tengo delante o detrás no los veo como rivales, sino como posible ayuda. Nunca arriesgo y, si no lo veo claro, me quedo el tiempo que haga falta en los puntos de control. Mi familia sabe que no salgo si no tengo claro que llegaré a la base siguiente”, explica.
Piloto de una aerolínea estadounidense, su mujer y sus 3 hijos son la prioridad de Candel. “Intento entrenar todos los días, pero si mi familia está en casa no salgo más de 30 minutos. Cuando puedo, troto por el vecindario arrastrando una rueda y durante los viajes de trabajo siempre encuentro momentos para meterme en el gimnasio de algún hotel o de descubrir una ciudad corriendo por sus calles. El problema viene con las carreras, porque en algunas te puedes pegar fuera dos o tres semanas. Por eso solo voy a una de este tipo al año”.
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