Un año más, Irene Sarrionandia Unzueta no faltó en la Camille Extreme. A sus 73 años, ella es la única persona que completado sus 31,6 km y 2.044 m de desnivel positivo en las 16 ediciones celebradas. Ni un cáncer ni una fractura en la pelvis han podido privarla de su cita anual con las montañas de Isaba, en el Pirineo navarro.
“La Camille es la prueba a la que no quiero fallar. Sé que los años pasan y cada vez lo tengo más complicado, pero mi ilusión es seguir completándola. Eso sí, me he prometido que solo volveré si pienso que puedo acabarla con dignidad. No quiero dar pena, ni hacerla de una manera agónica. Para eso, tengo que estar físicamente un poco mejor que ahora. Si estoy un poco peor, no iré”, nos explica la deportista vizcaína.
Este año fue especial para ella ya que la organización ha querido premiar su constancia y fidelidad poniendo su nombre al premio de la vencedora, que resultó ser Oihana Kortazar. Además, recibió un sentido homenaje al terminar en un frontón abarrotado de corredores. “Fue emocionante del todo, ese momento se nos queda grabado para siempre. Pero no te creas que la carrera fue sencilla para mí. Me quedé la última enseguida, tras el primer kilómetro, y no me gusta nada la sensación de ir sola, descolgada. Poco a poco alcancé a otros corredores y me fue cambiando la cara”.
“¿Para qué iba a volver por el asfalto?”
La afición de esta guipuzcoana por el deporte y la montaña viene de muy atrás. Empezó a correr hace 45 años, primer sobre asfalto, pero pronto dio el salto a la montaña convirtiéndose en una auténtica pionera en España.
“Entonces la montaña no se veía como un sitio por el que correr. Si ibas al monte, ibas con tu mochila y tus botas altas. En mi caso, viviendo en Deba (Guipúzcoa), para correr tenía la playa y el asfalto. Participaba en carreras locales y también corrí 11 o 12 veces la Behobia-San Sebastián“.
Para entrenar, a veces subía corriendo desde el mar hasta el Puerto de Itziar, unos 250 m positivos, por la carretera nacional. Un día, pensé: ¿por qué quedarme ahí si podía continuar hasta la cumbre del Andutz? Una vez arriba, y teniendo un camino para bajar, ¿para qué iba a volver por el asfalto?”
“Recuerdo ediciones de Zegama con muy mal tiempo y nada de público”
Tal y como explica en el documental Aurrera (2017), las carreras llegarían mucho más tarde. A finales de siglo, llegó a sus oídos la creación de un maratón en el Aneto pero, con 50 años, se veía “muy mayor para hacer esas cosas”. Lo mismo le ocurrió con la primera edición de Zegama Aizkorri, pero no con la segunda en 2003. “Mi marido y mi hermano me animaron a intentarlo. Me preparé y fui a hacer el recorrido por mi cuenta; y al ver que era capaz de completarlo, me apunté. Después vendrían 10 ediciones más. Recuerdo algunas de ellas con muy mal tiempo y con nada de público”.
Del mítico maratón de montaña vasco, pasó a otros todavía más duros en el Pirineo como el del Trail Valle de Tena, el de Trail Vielha-Molieres 3010 o el de la Canfranc-Canfranc. También a ultras más largas como la Hiru Haundiak, de 100 km y 5.000 m positivos. “En mi cuadrilla y la gente que me conoce, no se sorprende porque haga estas cosas, pero es verdad que en las carreras se me acerca gente, sobre todo mujeres, me dan ánimos y me preguntan cómo puedo hacerlo”.
Respecto al entrenamiento, Irene no se pone ninguna obligación. “Entreno según me va apeteciendo, también según el tiempo que hace. Hago actividades dirigidas como multifitness, trabajo de fuerza y también salgo a correr y a andar por el monte el fin de semana. Corro menos que antes, pero todo es deporte. Antes no se sabía o no se valoraba tanto, pero ahora hacer ejercicio, el contacto con la naturaleza y llevar una buena alimentación es importantísimo para que nuestro cuerpo no se deteriore. Si incluso ahora estoy tomando vitamina D, con la de horas que habré estado al aire libre… Con esto me refiero a que correr por montaña para mí es la mejor manera de cuidarme”.
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