Como no podía ser de otra manera, Laetitia Roux vino al mundo en un pueblo de montaña, Savines-lec-lac, una bucólica localidad alpina de casi 1.000 habitantes en el departamento francés de los Altos Alpes. Hija de esquiadores, con solo dos años ya se empezaba a deslizar sobre el manto blanco. Además de la técnica, también le inculcaron el valor del esfuerzo, así como un amor respetuoso por la naturaleza. En estos primeros años su hermana mayor, Sandrine, fue su gran referencia. Y su tenacidad y determinación serían claves en el desarrollo deportivo Laetitia.
Tras unos años de competición en el esquí alpino, finalmente dio el salto a la montaña. Fue en 2005, solo unos meses antes de ganar su primer Campeonato del Mundo de Vertical Race en Cuneo (Italia). Dos temporadas más tarde se hacía con uno de los trofeos más codiciados del esquí-alpinismo, la Pierra Menta. Tenía apenas 20 años mientras que su compañera, la suiza Nathalie Etzensperger, casi le doblaba en edad.
Fuera de serie
Si increíbles fueron sus comienzos, lo sería más todavía su capacidad para seguir mejorando con el paso de los años. Y es que durante 12 campañas fue la dominadora indiscutible en el deporte de las pieles de foca, firmando temporadas plenas de victorias y convirtiéndose en la primera mujer en llegar a los 100 triunfos internacionales.
“Aunque pueda parecer algo sencillo, no lo es, significa muchas horas de dedicación. Requiere una gran determinación, día tras día, porque en el esquí de montaña tenemos que hacer todo el trabajo nosotros solos, al contrario que otros deportes como el biatlón o el esquí alpino”, nos explicaba en una entrevista realizada en plena época dorada.
La catalana Mireia Miró fue su compañera en algunas de las hazañas de la francesa, especialmente en las carreras por equipos de La Grande Course. Con ella conquistó 3 de sus 7 triunfos en Pierra Menta, una Patrouille des Glaciers, tres Adamello Ski Raid, un Tour de Rutor y una Altitoy. Tal y como ha explicó posteriormente la propia Roux, fueron los mejores momentos que se lleva del mundo de la competición. “Teníamos un equipo muy sólido, que se basaba en el prefecto conocimiento entre nosotras. Se me hacía casi imposible pensar en otra compañera. Requiere mucha energía, inversión y tiempo establecer la relación que tenía con Mireia”.
Como corredora, Roux también consiguió algunos resultados impresionantes. Campeona del mundo de Skyrunning y de Kilómetro Vertical en Canazei 2010, año en el que venció también el prestigioso Giir di Mont. La temporada anterior había registrado la mejor marca mundial femenina de KV en La Fully con 37’55”.
Cuerpo, mente y corazón
Uno de los aspectos más interesantes de Laetitia Roux es la manera en la que vive el deporte. Detrás de un gesto atento y reservado, se esconde una deportista reflexiva, capaz de preguntarse el sentido de su dedicación y de encontrar en las respuestas las ganas para continuar. «Si a día de hoy mantengo la motivación y la determinación es por la gente que hay detrás de mí, animándome y siguiéndome, esos a los que inspiro con lo que hago. Es como si experimentaran mis carreras y mis victorias de una forma muy intensa. Es una motivación muy importante para mí, ya que disfruto haciendo feliz a las personas», continuaba en aquella conversación en el año 2014.
Y es que la reina del skimo siempre fue consciente de que para superar sus límites se a sí misma tenía que unir cuerpo, mente y corazón, de que el trabajo físico no podía desligarse de la proyección mental. También que los sentimientos necesitaban encontrar su espacio dentro de su vida como deportistas de élite. “Al principio no era capaz de mirar atrás y apreciar esa relación con otros atletas y el público. Ahora estoy trabajando en mejorar mi lucidez y así ser más consciente de todo lo que envuelve mi vida personal y deportiva. Es un gran objetivo mejorar mi nivel deportivo, pero también disfrutar el apartado más humano del esquí de montaña”.
Objetivos, disciplina y perfeccionismo
Estas tres ideas son posiblemente las que mejor definen la trayectoria atlética de Laetitia Roux, quien a pesar de haberlo ganado “todo”, supo mantener la motivación para seguir rindiendo al máximo nivel. Su clave fueron los objetivos, siempre encontraba nuevos proyectos que conseguir. De ganar las Copas del Mundo y las pruebas más conocidas a demostrar su polivalencia, centrándose en las modalidades que peor se le daban para llevarse el ranking combinado. Y de allí, a rozar la perfección venciendo cada una de las carreras de una Copa del Mundo y las de una temporada completa.
“Fue un gran desafío que requerió cuestionarme constantemente y encontrar nuevas formas para mejorar. De hecho, aunque las carreras pudieran ser similares, todas eran muy diferentes para mí. […] Para estar en la cima del deporte, entrenar sola todo el año y dedicar tu vida a una carrera deportiva, es necesario estar bien centrada en los objetivos e implicarse con ellos por completo. Un equilibrio sutil para mantener siempre el deseo, sea cual sea la hora, el lugar, el clima o la estación”, afirma en Grande Voix, la publicación de la federación francesa de montañismo, donde también da muestras de los sacrificios que tenía que hacer para brillar a ese nivel. “Tuve que dejar de lado completamente mi vida personal y familiar. Esto no es un arrepentimiento, sino una declaración. Me gusta vivir intensamente y perseguir cosas. El perfeccionismo y la determinación son las cualidades que me guiaron, a veces en exceso. No importaba a dónde tuviera que ir, si era violento o no, lo que me excitaba era solo mi objetivo”.
Y es que es bien sabido que la práctica deportiva requiere una gran disciplina diaria a nivel de entrenamiento, dieta y descanso. “Una vida de restricciones”, continúa la francesa, “que no viví constreñida porque la amaba”. 7 meses de preparación, 4 de competición, casi 700 horas de entrenamiento anual en los que sumar más de 200.000 m positivos. Cifras que evidencian su entrega absoluta, una dedicación que ha llegado a su punto y final. Ahora, Laetitia Roux seguirá una nueva traza.